Hay que estudiar a Neuberg por cuatro razones: una, porque fue
sistemáticamente analizado por las fuerzas represivas burguesas, y es
muy probable que lo esté siendo de nuevo; dos, porque el reformismo es
irreconciliable con él; tres, porque su potencial revolucionario se está
confirmando con el tiempo; y cuatro, porque es una necesidad ética.
Neuberg es un pseudónimo que oculta a un colectivo de revolucionarios
que dominaban el arte de la insurrección en la década de 1920, y que,
bajo los auspicios de la Internacional Comunista, se unieron para
escribir este fundamental libro, editado por primera vez en la Alemania
de 1928, hace nada menos que 85 años.
Antes de seguir, hemos de avisar que el libro de Neuberg sólo se
centra en el acto último, insurreccional armado del estallido
revolucionario, pero no desarrolla los complejos procesos previos, las
fases anteriores, y menos todavía analiza, por razones obvias en aquella
época, la interacción entre las insurreccionales finales y las luchas
de liberación nacional. Sí, afirma la existencia de diversas formas
insurreccionales: las armadas bien organizadas; las de masas populares
mal organizadas, espontáneas; los pequeños golpes de las guerrillas; y
las insurrecciones minoritarias, sin base popular, los putsch , También
reconoce Neuberg que la insurrección armada es el final de un largo
proceso muy complejo, con altibajos, con derrotas y retrocesos, pero no
desarrolla estas ideas, y menos la dialéctica entre insurrecciones y
luchas guerrilleras, especialmente las de liberación nacional.
No podía hacerlo porque en aquella época todavía no se habían
generalizado las luchas de liberación nacional en sus diversas
variantes, desde las de guerrillas urbanas, campesinas, mixtas, así como
las que consideraban la necesidad de acumular las fuerzas políticas
necesarias para forzar al Estado ocupante a una negociación que
devolviera al pueblo los derechos nacionales oprimidos. Tampoco podía
hacerlo porque se escribió en una fase política muy precisa, denominada
«clase contra clase», en la que, con mucho simplismo, se reducía la
lucha a un choque entre dos bloques sociales, el proletario y el
burgués, sin considerar la existencia de amplias franjas intermedias,
dudosas, imprecisas. El texto da por supuesto que estas franjas ya se
han posicionado por un bando u otro, lo que entonces era mucho suponer.
Sin embargo, como veremos, el libro sí contiene un método de análisis
de la s prácticas insurreccionales que permite trascender a su limitado
objeto concreto para profundizar en la praxis revolucionaria actual en
la que las diversas formas de insurrección deben ser vistas como un
proceso complejo, diversificado, interactivo y sistémico, como ya se
sabía desde mediados del siglo XIX y ha quedado confirmado durante todo
el siglo XX y lo que llevamos de XXI. Vamos a adelantar sin
desarrollarlos algunos de los puntos nodales de este método que se
centran en la importancia insustituible e imprescindible de la moral de
lucha, de la teoría, de la estrategia, de la toma del poder de Estado,
de la organización revolucionaria de vanguardia, de la política de
alianzas, de la interacción sabia y oportuna de todas las formas
tácticas de lucha, etc.
1.- LA BURGUESÍA SÍ LEE A NEUBERG
Al margen del tiempo transcurrido, la burguesía lee detenidamente a
Sun Tzu, Herodoto, Tucidides, Jenofonte, Julio César, Tácito, Vegecio,
Gengis-Khan, Maquiavelo Napoleón, Clausewitz…, porque muchas de sus
ideas son adaptables a las condiciones del capitalismo actual, a las
necesidades de orden político-militar, ideológico, de control,
manipulación y sumisión de masas, y hasta a la economía. Existen sesudos
libros sobre la aplicación del Arte de la guerra de Sun Tzu a la buena
marcha de la economía capitalista, y es innegable que la denominada
Guerra de cuarta generación , además de basarse en Sun Tzu también lo
hace en las doctrinas de otros estrategas político-militares. Lo
esencial de la denominada «pedagogía del miedo», uno de los núcleos de
todas las doctrinas represivas desde los asirios, está ya en las
masacres de Cartago en la península ibérica, en Carlomagno, en los
mongoles, etc. Sin ir muy lejos, manipulación viene del latín manipulo ,
que era la unidad básica de combate de la legión romana, similar a la
compañía actual; y Napoleón, criticando los excesos represivos de César,
insistió en que la victoria militar debía estar reforzada con medidas
apaciguadoras ya que las bayonetas sirven para todo excepto para
sentarse sobre ellas.
Hablamos de estrategas político-militares basándonos en las ideas de
Francisco de La Noue, lúcido militar hugonote, que escribió en el siglo
XVI los Discursos Políticos y Militares en los que recomendaba se
aplicasen soluciones políticas siempre que fuera posible, dejando la
guerra como último recurso. Con la agudización de las contradicciones
del capitalismo entonces en pañales, los discursos político-militares se
han endurecido, incluso más allá del ideario de Patton y Mac Arthur,
plasmándose en las actuales doctrinas imperialistas. Por tanto, debemos
hablar a la vez de estrategas económico-militares y no únicamente porque
la política es la quintaesencia de la economía, sino también porque
economía y guerra forman una unidad demostrada desde el Mesolítico, si
no antes. En el -400 Dionisio de Siracusa organizó el posiblemente
primer complejo industrial-militar al reunir a técnicos y sabios con el
objetivo de construir las mejores armas del momento, todo a cargo del
erario público. Siempre se ha valorado la importancia del secreto de
producción de determinados productos estratégicos económicos y
militares: la antigua China condenaba a muerte a quienes revelaban el
secreto de la seda. El imperialismo intelectual está confirmado desde el
-212 cuando el general romano Marcelo ordenó que durante la conquista
de Siracusa no se diera muerte a Arquímedes, sabio reconocido y deseado
por todas las potencias del momento, orden que no fue cumplida.
La palabra salario procede del trozo de sal que se entregaba a cada
legionario romano. Durante las Guerras Púnicas, Roma empleó métodos de
producción bélica que reaparecerían en la guerra mundial de 1940-45.
Mauricio de Nassau --antecedido por Juan de Meung en el siglo XIII-- se
adelantó a Taylor al aplicar entre los siglos XVI-XVII la racionalidad
militar grecorromana basada en la rigurosa economía del tiempo, al igual
que en este mismo siglo Francisco de Guisa aplicaba una muy racional
economía de medios en la defensa estática, adelantándose al magistral
Vauban. Durante el siglo XVIII el poder británico subvencionó el
complejo científico-militar para mantener su supremacía naval, y en el
siglo XIX. Napoleón hizo lo mismo con la química. Los servicios secretos
prusianos accedieron a las muy protegidas investigaciones británicas
sobre máquinas de vapor, espionaje que facilitó la rápida
industrialización del imperialismo alemán. Se trata de una estrategia
que aúna lo militar, lo económico, lo político, y los aparatos de
Estado. El militar y político romano Mario lo sabía perfectamente cuando
reorganizó las legiones en el -107 para vencer a las sublevaciones
esclavas y a los pueblos libres.
Pero la burguesía también estudia a fondo el marxismo, aunque sea
incapaz de entenderlo. E s cierto que la casta intelectual tardó un
tiempo en darse cuenta del poder destructor concentrado en El Capital de
Marx, pero desde entonces no ha escatimado medios para destrozarlo. Los
textos militares de Engels, Lenin, Trotsky, Mao, Ho, Giap, Guevara,
Roque Dalton, Marulanda, etc., son sistemáticamente debatidos por el
imperialismo. Weber, el sociólogo de cámara del imperialismo alemán,
copió a Trotsky su famosa definición del Estado como monopolio de la
violencia. El Mein Kampf de Hitler trasluce una lectura algo sistemática
del marxismo; Mussolini había estudiado mal que bien el marxismo en sus
pocos años de socialista compañero de Gramsci. V. Serge explicó en 1925
que el objetivo de todo sistema represivo es conocer lo mejor posible a
las organizaciones revolucionarias. Por no extendernos, es sabido que
la CIA preparó el golpe fascista de Pinochet en Chile basándose en la
corrección de la tesis de Lenin de que ninguna clase dominante se
suicida como clase abandonando pacíficamente el poder. No lo abandona
porque el poder y su violencia son vitales para el capitalismo. Marx
tenía razón al decir que la violencia es una fuerza económica y que el
sistema fabril se rige por la disciplina militar, como la tenía Engels
al decir que un acorazado era la síntesis de la fábrica capitalista.
Esto también lo sabe la burguesía actual, y es por ello que no quiere
que se vuelva a publicar a Neuberg, porque es un torpedo lanzado a la
quilla de la civilización del capital.
2.- LA SOCIALDEMOCRACIA INTENTÓ ASESINAR A NEUBERG
¿Pero qué diría el reformismo ante Neuberg? El reformismo clásico, el
socialdemócrata, sostendría que Neuberg estaba ya definitivamente
superado antes de su redacción, en concreto desde finales del siglo XIX
cuando el reformismo rompió en la práctica con los tres pilares del
marxismo: la teoría de la explotación asalariada, la teoría del Estado
como instrumento de violencia de clase, y la teoría
dialéctico-materialista del conocimiento. La ideología reformista
neoclásica, la eurocomunista, aseguraría que Neuberg fue definitivamente
superado en el proceso iniciado en el XX Congreso del PCUS y que llegó a
su culmen al final de la década de 1960 cuando la castrante
manipulación de Gramsci por el PCI «demostró» que la violencia
revolucionaria había pasado ya definitivamente a la historia. La moderna
ideología reformista, polifacética y multiforme, además de repetir el
«argumento» pacifista añade que ya no vivimos en la misma sociedad
capitalista sino en otra muy diferente, en la que hasta han desaparecido
la clase obrera, la lucha de clases, el Estado-nación, los partidos
tradicionales, la militancia revolucionaria, etc., viviendo en la era de
lo inmaterial, de la multitud y ciudadanía global, de la gobernanza
mundial que debe estar siempre atenta a las presiones de la «opinión
pública» expresada mediante la tele-democracia.
El reformismo socialdemócrata abandonó totalmente la perspectiva
insurreccionalista porque había abandonado previamente la teoría
marxista de la explotación, del Estado y del conocimiento, por lo que
cayo en la creencia fetichista de que el parlamentarismo pacifista era
el único instrumento adecuado para avanzar gradualmente al socialismo.
Su estrategia se centró en el aumento cuantitativo de la fuerza
electoral e institucional, parlamentarista, como basamento del futuro
poder legal de la socialdemocracia dentro del Estado neutral. Para
imponerla no dudó en censurar y amputar un decisivo escrito de Engels en
el que precisamente se teorizaba la necesidad histórico-general de la
insurrección, aunque se exigía que ésta fuera siempre aplicada en las
condiciones concretas de cada coyuntura y contexto de lucha
revolucionaria.
La táctica socialdemócrata se centró en la búsqueda del voto sin
reparar en concesiones teóricas, políticas y programáticas, de manera
que poco a poco fue reforzándose en el seno de las masas el
interclasismo, el pacifismo y el nacionalismo imperialista de la
burguesía. La obsesión suicida por el pacifismo parlamentarista le llevó
a oponerse a toda iniciativa crítica e independiente de las masas,
luchas que entraban de lleno en la concepción marxista de la praxis pre,
proto e insurreccionalista que luego expondremos. Y así se explica que
el reformismo socialdemócrata ha terminado siendo una de las
fundamentales fuerzas defensoras del capitalismo.
3.- EL EUROCOMUNISMO NEGÓ LA REALIDAD Y A NEUBERG
La luch a de clases está siempre activa, subterránea, invisible a
simple vista, latente, aunque no se sienta en la vida pública, aunque se
certifique su desaparición en los períodos de «paz social», de
«normalidad democrática». La lucha de clases siempre reaparece de una
forma u otra, bajo ropajes meramente economicistas, de exclusiva lucha
salarial, pero resurge públicamente conforme se agudizan las
contradicciones del sistema capitalista. Durante esta tendencia al alza
asistimos a un creciente malestar popular, a incipientes luchas
aisladas, espontáneas, apenas coordinadas, locales, luchas por objetivos
inmediatos, defensivos, sin contenido político alguno. Las
organizaciones revolucionarias deben estudiar atentamente estas señales
para prever su evolución e influir en su interior. Neuberg cita los tres
consejos de Lenin para valorar correctamente la marcha de las luchas:
la creciente debilidad de la clase dominante para mantener su
dominación; el empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo del
pueblo, el aumento de sus sufrimientos; y el aumento sensible de las
luchas de las masas.
Al margen de las formas externas muy diferentes con las que se
expresan estas tendencias, sus identidades de fondo son esencialmente
las mismas porque surgen de la objetividad de la explotación capitalista
y del papel del Estado burgués en su seno. La dialéctica marxista
permite conocer esta realidad inexistente a simple vista e incidir en
ella. La insurrección como proceso global complejo y multiforme en su
inicio, que va concretándose a la vez que asciende, es consustancial a
la lucha de clases. No sirve de nada negarlo porque la realidad es
tozuda ya que es real. El eurocomunismo renegó de ella al mezclar dosis
socialdemócratas con dosis estalinistas y neo-reformistas basadas en la
descarada tergiversación de Gramsci. La polifacética praxis
insurreccionalista, que se asienta en una visión revolucionaria de la
hegemonía política de masas, fue despreciada para aceptar la
claudicación pactista con la supuesta «burguesía democrática». Neuberg
advierte del asesino papel contrarrevolucionario de la supuesta
«burguesía nacional», lección histórica olvidada o negada contra toda
evidencia. De la misma manera en que la socialdemocracia pacificó y
amansó a las clases explotadas al hacerles olvidar la praxis
insurreccionalista, el eurocomunismo hizo lo mismo desde finales de los
’60 del siglo XX.
4.- LA NECESIDAD DE ACTUALIZAR A NEUBERG
Sobre los escombros del eurocomunismo fue formándose una tercera
oleada reformista que además de integrar tesis anteriores añadía otras
relativamente nuevas según las cuales el capitalismo actual no tendría
nada que ver con el anterior. No tenemos espacio para mostrar cómo las
sucesivas crisis socioeconómicas locales que azotaban a cada vez más
regiones y Estados ridiculizaban esas «novedades», llegándose por fin a
las lecciones aplastantes que se extraen desde 2007 hasta ahora. Pues
bien, a lo largo de estos lustros hemos asistido a un renacer de las
experiencias insurreccionalistas en toda sus gamas, desde los pequeños
inicios en forma de motines y saqueos por hambre hasta, hasta grandes
sublevaciones más o menos organizadas desde el interior de sus países y
apoyadas por el exterior. Quienes censuraron a Engels a finales del
siglo XIX precisamente sobre estas prácticas, convencidos de que ya no
volverían a darse, ven desde hace bastantes años que adquieren nuevas
formas. Y quienes se adhirieron al pacifismo eurocomunista no saben
ahora cómo encauzar el creciente malestar por los estrechos cauces del
institucionalismo.
La verdad es que todas y cada una de las tesis del último reformismo
han saltado hechas añicos. En lo que concierne al problema de las
prácticas insurreccionales, este reformismo ve cómo en las grandes
conurbaciones empobrecidas del capitalismo imperialista proliferan las
protestas aisladas que pueden coordinarse en muy poco tiempo e irrumpir
en la calle en forma de piquetes, grupos organizados, manifestaciones
masivas que protestan contra opresiones e injusticias precisas pero que
podrían terminar desarrollando una estrategia política ofensiva si en su
seno militasen eficaces organizaciones revolucionarias. Tarde o
temprano los movimientos sociales y populares, las luchas sindicales,
vecinales, estudiantiles, etc., antes aisladas, tienden a confluir si se
propician determinadas condiciones; pero también tiende a confluir la
extrema derecha siguiendo una secuencia de clásica polarización social,
muy estudiada por el Estado que, a su vez, refuerza su poder represivo.
La espiral acción-represión-acción vuelve a ponerse en marcha a partir
de un nivel cualitativo de contradicciones, si bien puede ser abortada
mediante eficaces doctrinas de contrainsurgencia.
Quien haya leído a las dos primeras generaciones de marxistas y de
anarquistas sobre la abigarrada y multicolor diversidad de colectivos
explotados que iban confluyendo en las grandes movilizaciones de masas
preinsurreccionales, en absoluto sentirá desconcierto ante la gran
variedad de luchas aisladas en el actual capitalismo, y tampoco se
sorprenderá al ver cómo tal multiplicidad tiende a desarrollar otras dos
características comunes: la complementariedad y la politización de la
vida personal dentro de la colectiva y viceversa. Una de las
confirmaciones más valiosas de la experiencia insurreccionalista en su
globalidad es la tendencia a la politización personal y colectiva. Las
personas pueden ir tomando conciencia en la medida en que su vida se
hace cada vez más insoportable y en muchas de sus prácticas aplican sin
saberlo los mismos principios del arte de la insurrección pero a escala
individual.
Neuberg nos recuerda las cinco reglas de Marx sobre el arte de la
insurrección 1) No jugar nunca con la insurrección, que una vez empezada
debe ser llevada hasta el fin. 2) Ser superior al enemigo en el momento
y en el punto decisivo. 3) Mantener siempre la ofensiva, porque la
defensiva es la derrota. 4) Sorprender al enemigo, cogerlo disperso y
desunido; y 5) Mantener la superioridad moral logrando victorias todos
los días, aunque sean pequeñas. Y añade que Marx asume la enseñanza
fundamental de Danton: «¡Audacia, más audacia, siempre audacia!» .
Salvando todas las distancias, las personas o colectivos que inician una
lucha por sus derechos van aprendiendo, empíricamente la mayoría de las
veces, que cuanto más decisiva y trascendente es esa lucha menos se
puede jugar con ella, sino que hay que llevarla hasta el final; que debe
empezarla cuando la ha preparado suficientemente; que no debe perder
nunca la dirección hacia su objetivo; que debe dividir al enemigo, y que
ha de mantener la moral de lucha arrancando conquistas parciales por
pequeñas que fueran.
Estas reglas básicas son también válidas para cualquier lucha
reivindicativa, incluso individual, porque resumen la experiencia
histórica de la lucha como proceso que tiende a su radicalización
definitiva en el momento definitivo, el de la conquista de la libertad,
es decir, del poder y de la independencia, en el nivel de que se trate.
No hace falta, ni se tiene por qué, reducirlas únicamente a los
excepcionales momentos de la insurrección armada. En sus contextos
específicos, son válidas aunque los objetivos buscados sean bastante
menos importantes a escala histórica general. Son válidas aunque no se
quiera aplicar ninguna violencia, sino desarrollar la lucha mediante la
desobediencia civil, la no violencia activa, la desobediencia personal o
de masas, etc. La validez de estas reglas queda confirmada leyendo el
apartado del libro de Neuberg titulado «La sorpresa y el elemento
“tiempo” en el comienzo de la insurrección». Escoger el inicio de
cualquier movilización; prepararla con suficiente sigilo y efectividad
para impedir las maniobras y contramedidas del poder opresor; preveer
las respuestas del poder opresor y anularlas en la medida de lo posible;
iniciar la movilización cuando los puntos anteriores, y otros más, ya
han sido alcanzados; mantener siempre el control del tiempo e impedir
que lo haga el enemigo, estas medidas son necesarias para cualquier
lucha colectiva o individual, sea pacífica y no violenta, o de
desobediencia activa o pasiva, o de mera acción parlamentaria en apoyo a
movilizaciones de masas en la calle.
Sin entrar ahora al debate estratégico sobre la violencia y el
derecho inalienable a la rebelión, sí insistimos en que son reflexiones
urgentes y necesarias ante la multiplicación exponencial de leyes
represivas que desde multas hasta la cárcel, pasando por embargos, malos
tratos y pérdidas de derechos burgueses, golpean cada día más a
cualquier pequeño colectivo que se atreve a hacer un escrache u otra
forma pacífica de ejercicio democrático. Pero no sólo se trata de
preveer la represión, sino fundamentalmente de aumentar la eficacia
organizativa y la efectividad política de la militancia. Desde esta
perspectiva, la única válida, debemos actualizar para la complejidad del
presente las reglas básicas de la insurrección sintetizadas por Marx y
adecuadas parcialmente por Neuberg para el contexto de la década de
1920-30 y para aquella orientación política, sabiendo que el
imperialismo también ha estudiado a Marx y a Neuberg, y ha desarrollado
contrainsurgencias acordes a los tiempos.
Como vemos y como hemos dicho al inicio, en Neuberg sí existe una
teoría profunda, amplia y abarcadora sobre la praxis insurreccional que
desborda con su potencial al estricto momento del asalto armado al poder
capitalista. Ese método teórico más extenso y rico en relaciones con
otras problemáticas sociales también insertas en la praxis
insurrecionalista global, es el que está demostrando su enorme
efectividad liberadora conforme el imperialismo se convulsiona en su
crisis actual. Carecemos aquí de espacio para extendernos con el detalle
necesario en todas sus ramificaciones.
EUSKAL HERRIA. 21-VII-2013
Presentación del libro "La insurrección armada", de A.
Neuberg, que va a ser editado por Boltxe Liburuak este próximo mes de
agosto, coincidiendo con el Aste Nagusia de Bilbo.