16.05.2013.
AFGANISTÁN:
Otro tipo de guerra; otro tipo de negocio, economía de sustancias, la
sustancia de la economía....Además de petróleo y gas, hay drogas que
también se utiliza como armas de guerra entre bloques económicos.
Varias voces se han levantado durante los últimos meses con la
intención de denunciar no solo el mantenimiento sino también el
crecimiento que se ha dado en la producción de cocaína en el país
ocupado por la ISAF (International Security Assistance Force), cuyo
liderazgo ostenta la OTAN, desde que el Consejo de Seguridad de la ONU
aprobase en 2011 la Resolución 1386, que ponía en marcha el llamado
Acuerdo de Bonn (Acuerdo sobre Órdenes Provisionales en Afganistán hasta
el Restablecimiento de un Gobierno Institucional Permanente) que, en
sí, no era más que la legitimación internacional para ocupar
Afganistán.
Desde el jefe del servicio antidroga de la Policía
iraní, el general Ali Moayedi, hasta el Presidente ruso Vladimir
Putin, representantes, casualmente, de países fronterizos y por lo tanto
de mercados más cercanos para la droga afgana, han elevado sus voces a
la esfera internacional con la intención de sacar a la luz una de tantas
sombras que la ocupación de Afganistán por parte de la OTAN ha
generado, el aumento de la producción de todos los derivados que se
extraen de la amapola blanca, la morfina, el opio y la heroína.
Desde el departamento antidroga iraní, y con datos tomados en 2012, se
afirmaba que la producción de droga afgana había aumentado de 2.000
toneladas en 2002 a unas 8.000 en 2012, lo cual, en palabras de su
portavoz no es más que la confirmación de que “los gobiernos
Occidentales ven las drogas como un negocio lucrativo.”[1]
La
importancia de los datos ofrecidos por el gobierno iraní es tal, dado
que el país persa no solo es la que más opio decomisa anualmente en todo
el mundo, con un 89% de los movimientos mundiales y 41% de heroína,
sino porque también es el núcleo desde el cual los grandes cárteles del
narcotráfico mundial distribuyen la droga a los distintos continentes,
con especial incidencia en Europa, así como en los estados del Golfo
Pérsico y gran parte de las antiguas ex república soviéticas (muchas de
ellas integrantes de la OTSC).
Todo ello, no solo genera un mercado negro ilegal de la droga a nivel
mundial que mueve miles de millones de dólares, sino que también
fomenta la drogodependencia, generando en países como Irán una grave
problemática que da como resultado la existencia de 1,2 millones de
drogodependientes de los que un 70%, lo son a las inyectables.
De hecho, el 92% de la producción no está destinada a un uso
medicinal por lo que según datos del gobierno de Teherán, en concepto de
drogas ilegales, Afganistán ingresa, según la ONU, unos 4.000 millones
de dólares anuales, de los que una cuarta parte la reciben los
cultivadores y el resto se la reparten las autoridades locales,
organizaciones rebeldes, grupos armados y traficantes que transportan el
material al extranjero, lo cual a instado una vez más a las autoridades
iraníes a solicitar ayuda internacional para frenar esta lacra.
A su vez ha generado movimientos en las fronteras desde hace más de
tres años cuando para intentar frenar el continuo tráfico de droga,
ingenieros militares iraníes han construido una barrera de 1.000
kilómetros así como zanjas para dificultar el paso de vehículos (hasta
de 400 kilómetros en la provincia de Sistán-Baluchistán) e incluso
diques allá donde los traficantes utilizan cauces de ríos para el
paso.[2]
Desde el Ministerio de Exteriores ruso también se han
ido facilitando datos donde se evidencia un incremento del tráfico de
estupefacientes en Rusia desde la ocupación de Afganistán. De hecho,
varias fuentes del departamento antidroga ruso han afirmado en palabras
de su portavoz Victor Ivarov que la OTAN no solo no está cumpliendo con
uno de los supuestos objetivos clave de su ocupación sino que está
poniendo trabas a los intentos por parte de las autoridades afganas de
llevar a cabo quemas controladas de cargamentos de opio en las zonas del
sur[3], más concretamente en la provincia de Hemland, donde
concretamente se produce alrededor del 42% de la producción de opio en
el mundo, según citan algunos medios de comunicación afganos, si bien,
la producción se ha ido extendiendo y ha ido llegando a otras regiones
como Kandahar, Uruzgán, Farah, Nimroz y, en menor medida, Daykundi y
Zabul.
La visión ofrecida por el Ministerio de Lucha contra el
Narcotráfico afgano tampoco es nada halagüeña. Según datos ofrecidos en
2010 por el portavoz del Ministerio, Zalmai Afjali, “durante los cinco
últimos años el número de consumidores de drogas ha aumentado desde
920.000 hasta más de 1,5 millones […]. La adicción a la droga se suma a
la inseguridad, a los delitos comunes y a las enfermedades que se
transmiten por contagio, y dañan los esfuerzos para el desarrollo del
país"[4]. Con esta situación es fácil poder relacionar los grandes
movimientos poblacionales que se han dado en Afganistán hacia sus países
vecinos, sobre todo Irán y Pakistán, con la búsqueda de nuevas
oportunidades, huyendo de una situación de guerra endémica,
inestabilidad política, económica y social que con la ocupación de las
fuerzas internacionales se ha incrementado. A su vez ha generado un
mayor flujo de movimientos en el mercado negro de la droga, favorecido
por el descontrol fronterizo y las tensiones intrínsecas entre las
fuerzas de la OTAN y sobre todo, de Estados Unidos, en esa supuesta
“guerra contra el terror” y los países vecinos del territorio afgano.
Según el análisis realizado por Alexia Mikhos[5] basándose en
estadísticas del año 2005, 4 años después de la expulsión de los
talibanes por las fuerzas de la OTAN, realizadas por la Oficina de las
Naciones Unidas contra el Crimen y las Drogas (UNODC), “el 87 % de la
producción mundial de opio y el 63 % de su cultivo mundial se ubican en
Afganistán. Se calcula que el 52% del Producto Interior Bruto del país,
unos 270.000 millones de dólares USA, procede del cultivo ilegal de
amapolas. La producción de opio se ha disparado desde la expulsión de
los talibanes […]: sólo en 2004 la producción de opio se incrementó un
64 %, alrededor de unas 4.200 toneladas frente a las 185 toneladas del
2001, a partir de la prohibición del cultivo impuesta por el régimen
talibán[6].”
Unidos a estos datos clarificadores, podemos
encontrar también un cambio de tendencia en cuanto a la dupla
producción-consumo a nivel mundial. Jean Luc Lemahieu, representante de
la UNODC para Afganistán afirma que en los últimos años Afganistán es
quizás la cabeza visible en cuanto a lo que producción de opiáceos y
hachís se refiere, pero no debemos olvidar un silencioso pero rápido
cambio de tendencia donde los países productores se están volviendo
altamente consumidores (lo cual no implica que previamente no lo
fueran), mientras que los anteriormente consumidores siguen consumiendo
pero comienzan a producir drogas sintéticas[7].
Junto a las
llamadas de atención por parte de Rusia, Irán, Pakistán, China y la
propia ONU, también han sido muchos los intentos de negociación durante
los últimos años por parte de los países integrantes de la Organización
del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), formada por Armenia,
Bielorrusia, Kazajstán, Kirguistán, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán,
tratando de gestionar y organizar la cooperación y el combate conjuntos
contra la amenaza del narcotráfico procedente del territorio afgano, sin
que hayan llegado a buen puerta dada la negativa de los altos mandos de
la OTAN a establecer una política común de control con los países de la
región centro asiática.
Cierto es que la quema y destrucción
total y repentina de las grandes plantaciones opiáceas repartidas por
todo el territorio afgano sería un duro golpe no solo para su ya crítica
situación económica, sino también para miles de familias que han vivido
y siguen haciéndolo, del cultivo de la amapola blanca.
El
problema reside en la falta de interés por resolver un mal cada vez más
asentado no solo en Afganistán, sino también en los países de la zona,
que genera mayor inestabilidad y violencia. Los pocos intentos reales de
frenar la producción de estas drogas no han hecho más que derivar de
unas zonas geográficas a otras la producción, ayudado, no solo por los
talibanes quienes financiaron y siguen financiando parte de sus
actividades con la producción y venta de opiáceos[8], sino también por
el propio interés de determinados estamentos del gobierno, tanto a nivel
nacional como regional y local, que favorecen y protegen a los cárteles
que dirigen los grandes movimientos a nivel nacional e internacional.
Tanto la ISAF como el alto mando de la OTAN parecen seguir queriendo
hacer oídos sordos a los desalentadores datos ofrecidos por gobiernos y
organismos internacionales que ven el incremento de la producción e
intercambio de estos productos[9] como una forma más de terrorismo a
escala mundial y uno de los males más desestabilizadores, que no solo
imposibilitan la resolución de conflictos abiertos por su intervención
militar enmascarada en una supuesta guerra contra el terrorismo
internacional cuando sus verdaderos intereses han sido puramente
económicos y geoestratégicos en la batalla por la hegemonía de bloques
entre las “economías occidentales” con Estados Unidos a la cabeza y las
“emergentes” entre las que se encontraría Rusia