Juan Carlos Monedero.
"Los derechos siempre se ganan o se pierden en el pulso político. Y una forma clara de ese pulso, hoy, son los escraches."
"Si un perro flauta me acosa por la calle, le arranco la cabeza",
dice un diputado del PP. Si por molestarte en la calle mereces ver tu
cabeza arrancada del tronco, ¿cuál es la pena proporcional por dejarte
sin trabajo? ¿Y por no poder pagar el colegio de tus hijos? ¿Y por
perder la casa en la que has metido todos tus ahorros durante los
últimos diez años? ¿Y por endeudarte de por vida aunque además hayas
perdido la casa? ¿Y por perder el acceso a la sanidad, a la universidad,
a una pensión, al seguro de desempleo?
Los que dieron el golpe de Estado en 1936 dijeron que los movió
el amor a España . Pero de España, como dijo Franco, les sobraba la
mitad de los ciudadanos . Que eran españoles. Que están todavía
enterrados en zanjas y cunetas. Desde la patronal nos dijeron que nos
fuéramos a trabajar a Laponia. Una parte importante de los jóvenes le ha
tenido que hacer caso. Los de siempre. Nunca han existido dos Españas.
Eso siempre ha sido una mentira. Hay una España mayoritaria y una
minoritaria con mucho poder , capaz de acercar a su bando a una parte de
la mayoría. El miedo hace el resto. En la España de ellos siempre están
los mismos. Desde los Reyes Católicos y su Inquisición. Por eso, el PP
no necesita arrancarle la cabeza a los últimos que pusieron el miedo en
su bando. Están ahí, hechas tierra y vergüenza para nuestra democracia.
El poder, sobre todo, posee eficaces herramientas para
amedrentar a una parte importante de la ciudadanía. Medios de
comunicación, iglesias, puestos de trabajo, presencia social, ritos,
cultura y el Hola. Un diputado dice que no le tiembla la mano para
volver a ejecutar disidentes. Antes eran rojos. Ahora, como ya no hay
Unión Soviética, son perros flauta. El miedo, y los nombres, siempre los
han administrado ellos. Y exhumar asesinados, expropiar unos carritos
de la compra, decirles en el portal de su casa que nos están arruinando
la vida y la del futuro, cuestionar la monarquía o recordarles que están
robándose el país que dicen que aman, les hace caer en una angustia
existencial, propia de quien nunca ha tenido la sensación de sobrar en
ningún lado.
La dureza de la respuesta del PP a los escraches es muy lógica.
La derecha entiende siempre muy rápido las cosas del poder. La
legitimidad del sistema político español está en cuestión. Cuando los
esclavos dejan de interiorizar su condición, el amo ya no puede dormir
tranquilo. El PP lo sabe: lo que ayer era permitido, ahora no lo es.
Aunque lo sigan diciendo las leyes. Habían puesto al mismo nivel cosas
que no se pertenecen. La Constitución, las leyes, los jueces, los
policías y el portero de su casa les saludaban como personas
importantes. Pero han surgido nuevas preguntas. ¿Por qué no permitimos
un diputado que defienda la pederastia o la ejecución de las minorías o
la lapidación de las herejes o adúlteras —lo perseguiríamos hasta debajo
de las piedras, porque la democracia tiene derecho a defenderse—, pero
permitimos un diputado que esté a favor de los desahucios? Ese es el
cambio. Y es lo que les pone de los nervios. Es una lucha política. Si
podemos perseguir a los que roban nuestra tranquilidad, están en
peligro. Estamos escribiendo nuevas reglas del juego. Y los que siempre
han sido dueños del tablero se asustan.
Los escraches son reformismo. Pero hasta el reformismo asusta.
De ahí la ridiculez de comparar escraches y terrorismo. Recuerdan
Pisarello y Asens que "los escraches son una acción informativa, que se
ha de hacer "de manera totalmente pacífica" y sin "importunar a los
vecinos" . También se estipula que deben realizarse en días laborables y
en horario escolar, de modo que los niños nunca sean interpelados. Los
casos personales se intentarán explicar sin insultos ni amenazas. Se
evitarán ruidos o molestias innecesarios y se procurará ser amables con
quienes trabajan en comercios y con los transeúntes. No todas las
antiguas reglas han perdido su sentido. Sólo aquellas que únicamente
sirven a unas minorías privilegiadas. Pero la situación política está
tan podrida que hasta las reglas mínimas de la democracia les están
sobrando.
El escrache es una forma de desobediencia civil. Cumple las
tres reglas que marcó Habermas para que sea tal y no caiga en otras
formas de desobediencia que carecen de legitimidad: son pacíficas, lo
que se reclama tiene carácter universal —no se reclama en exclusiva para
uno mismo, sino para todos— y se está dispuesto a asumir las
consecuencias de los propios actos. La desobediencia civil es una
válvula de seguridad democrática. Surge cuando las demandas sociales van
por delante de las leyes y del comportamiento político institucional.
Las leyes que ayer nacieron para defender a los políticos del acoso de
los monarcas absolutos -inviolabilidad, inmunidad, fueros especiales- se
han convertido hoy en formas de privilegio. Si en España tuviéramos una
Constitución como la alemana, hace tiempo que el Tribunal
Constitucional tendría que haber llamado al derecho de resistencia o
habría declarado fuera de la Constitución a, cuando menos, los dos
últimos gobiernos del Reino de España. ¿Por qué los jueces son tan
solícitos para algunas cuestiones y, en cambio, han tolerado la ruina
del país consumada por Zapatero y Rajoy? ¿No cabría situar en la
inconstitucionalidad a dos partidos, PSOE y PP, que han dinamitado el
carácter social de nuestro país recogido en el artículo 1 de la
Constitución?
Escribía en otro lugar que vemos con pasmo que lo que estaba
prohibido, ahora está permitido —sueldos desorbitados, sacar dinero del
país, vaciar instituciones, usar información privilegiada—, y que lo que
estaba permitido —derecho a manifestación, libertad de expresión,
derecho de reunión— están, de facto, prohibidos. Vemos que desaparecen
las garantías de reparto de la riqueza social y aumentan las
desigualdades ; que los políticos que gestionan la transferencia de
renta desde las clases medias y bajas a los ricos tienen la llave de la
puerta giratoria que les permite un futuro cómodo en las grandes
empresas; que cualquier tipo de protesta pasa a ser criminalizada por
esos políticos que están gestionando ese robo de los de abajo hacia los
de arriba (llevando a suelo patrio lo que antes se hacía entre
continentes). "Por la mitad de lo que estos están haciendo yo me he
pasado diez años en la cárcel", dice el bróker de Wall Street , la
película de Oliver Stone, viendo a nuestros actuales dirigentes. Y eso
que no sabía ni lo de la Infanta, ni lo del coche en el garaje de Ana
Mato, ni lo de la escritora fantasma de Mulas, ni lo de los sobres del
PP. Cuando lo ilegítimo se convierte en legal, nace el momento de la
desobediencia . En América Latina se preguntan a qué está esperando
Europa.
Los escraches son nuevas reglas del juego para una nueva partida
democrática. Y tienen la misma oposición que en su día tuvo el sufragio
universal, el derecho a huelga o a manifestación. El escrache es un
diálogo directo con los "mandatarios" que se convierten otra vez,
gracias a ese acto de diálogo forzado, en "mandatados". Que es lo que
siempre han sido, aunque el abandono de la conciencia democrática le dio
la vuelta a los papeles. Los escraches tenemos que entenderlos como la
actualización en el siglo XXI de la rendición de cuentas democrática, de
la exigencia del cumplimiento cabal de los programas electorales (o la
convocatoria de nuevos comicios), de la reclamación de comportamientos
acordes con la soberanía popular, de la renovación de la construcción de
la voluntad popular más allá de la distancia que marcan los partidos,
de la reivindicación de la honestidad en el ejercicio de los cargos
públicos.
Déjenme repetirlo: los escraches son el penúltimo intento amable
de un pueblo que quiere hacerse escuchar. Con los escraches, el
escenario, en cualquier caso, se clarifica: los diputados que no
soporten la cercanía de los electores, que se marchen. En democracia, es
el pueblo el que manda. Aunque expresarnos así parece devolvernos a un
lenguaje que se hablaba en tiempos arcaicos. ¿Quieren seguir manteniendo
los políticos la impunidad? ¿Quieren trabajar para otro señor que no es
el pueblo y que nadie les demande por su traición? ¿Va a convertirse la
política en un negocio paralelo al desmantelamiento de los sistemas de
previsión social?
La salida fácil es decir que los escraches son una forma de
amedrantamiento que pertenece a los regímenes fascistas. Se equivocan.
Las tensiones entre sectores sociales pertenecen a todos los regímenes
que mantienen desigualdades. ¿Quién sin que se le caiga la cara de
vergüenza va a defender que un escrache es más violento que un
desahucio, que un despido, que un corralito, que el cierre de la
universidad y las urgencias, que una mentira electoral, que las machadas
de los antidisturbios, que las multas por ejercer la democracia?
Los que están en contra de los escraches son los que están a favor de
otras formas de protesta que ya no cambian nada. El mismo diputado del
PP que vota en contra de la ILP, es decir, el mismo diputado que
construye "fascismo social" expulsando de la ciudadanía a una parte
importante de los españoles y españolas, dice que los escraches se
emparentan con las señales pintadas por los nazis en las tiendas de los
judíos. Es al revés: son ellos los que nos cuelgan la estrella en el
pecho negándonos el sustento, la vivienda, la salud. Esa democracia que
defienden sólo existe en sus discursos. Hace tiempo que se ha ido.
Igual que Israel se comporta con los palestinos con maneras de nazis,
el neoliberalismo está haciendo de nuestros países un enorme campo de
concentración enmascarado en formas democráticas . Una queja que no es
oída no tiene efectos democráticos. Por eso los escraches están
devolviendo la democracia perdida o quizá, incluso, están permitiendo el
advenimiento de la democracia que nunca hemos tenido. La democracia se
gana siempre en la confrontación. Por eso dijo Fraga que la calle era
suya. Los derechos siempre se ganan o se pierden en el pulso político. Y
una forma clara de ese pulso, hoy, son los escraches. Es normal que el
PSOE, el PP, UPYD, CIU o el PNV estén en contra. Tan evidente como que
hay que regresar a los lugares donde nacieron los partidos. A la calle.
Los escraches ya han empezado a marcar el camino.
Juan Carlos Monedero es profesor de ciencia política en la Universidad Complutense.
Fuente:http://www.publico.es/453525/escraches-la-d